Ayer estuve con Luciano en Museo San Ildefonso, fuimos a ver la exposición del pintor Julio Galán.
Sorprendente, transgresor, escandaloso, teatral, narcisista, atormentado, son algunas de las palabras que encuentro para describir lo que ví.
Él decía que pintar era como un psicoanálisis, es decir, la posibilidad de estarse conociendo en cada cuadro un poco más. Es bello y es terrible; bello en sus imágenes, en la claridad y perfección de su técnica, en la transparencia con que se puede ver su espíritu. Pero es terrible en eso que deja ver: soledad, deseo constante que atormenta, búsqueda desesperada por hacer compatible un mundo propio con el mundo entero, una añoranza de su madre, de algo que lo arrope.
Mi corazón se fue conmoviendo conforme avanzabamos en las salas por que, por momentos, sentía que a mi me había pasado igual, había caminado mucho para sentir que cabía en este mundo y sé que eso en ocasiones se torna muy difícil y muy doloroso.
Casi al final del recorrido se presentan frases del propio artista que dejan ver que su dolor no fue algo que le complaciera, algo a qué someterse para justificarse, si no algo con que luchar y poder vencerlo.
Julio Galán murió hace pocos años a los 45 de edad. Al final de la muestra se ven una serie de videos donde él aparece y en uno de ellos se ve en el asiento del copiloto de un auto convertible en movimiento, se le ve sonriente, despojado de toda esa parafernalia casi actoral de la que se rodeaba publicamente -maquillaje, disfraces, sombreros extravagantes- y se ve feliz y esa imagen frente a todo lo que acababa de ver, me conmovio tanto que mis ojos se llenaron de lágrimas al ver al hombre simple que se esfuerza por se hombre en este mundo en el que todos deberiamos caber.
Todos los hombres somos escencialmente iguales, dice Orhan Pamuk.

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